miércoles, 17 de junio de 2015

Esos grandes viajes...

Por si no os lo había comentado anteriormente, viajar es una de mis grandes aficiones y aspiraciones en la vida. Es uno de esos sueños que siempre he deseado. Lo sé, no es lo mismo viajar a la mejor de las playas, la más bella de las ciudades o la más alta de las montañas que al parque del barrio, la ciudad vecina o la dehesa charra que tienes a escasos 10 kilómetros de tu casa. Bueno... eso de que no es lo mismo... me gustaría discutirlo con quien sea cuando sea.

¿Por qué no creo que haya demasiadas diferencias?. Porque siempre que viajo y me rodeo de aquellas grandes personas que me acompañan desde hace demasiados años, siento que no podría estar más a gusto. Siento que las sonrisas salen solas, que los atardeceres son lo mejor posible y que el escenario en el que me encuentro es solo el marco que viene a complementar esa agradable sensación de seguridad y felicidad que me invade. 

Siempre fui una persona de lujos sencillos: una cama, una cerveza, una mirada sincera y una gran sonrisa. Y ella, queridos lectores, siempre me acompañó en esos vicios tan sencillos, en esos viajes tan mágicos. 

Berliner Mauer

Éste del que acabo de volver, y para el que siempre guardaré la mayor de las sonrisas, ha sido uno más. Uno que podría resumir con todo lo expuesto anteriormente. Un viaje casero, un viaje con escenarios increíbles, con cervezas cargadas de sinceridad, pasión y caricias. Un viaje con trenes, autobuses infernales, paisajes bucólicos y personas maravillosas. 


Parque Nacional de Königssee, Alemania.

Pero, amigas y amigos, lo mejor de todo es volver con la grata sensación de que, a pesar de los cambios, de los nuevos destinos, lo que nunca cambia es la ilusión, las bromas, la pasión y los abrazos del primer día, conectando lugares a 2.000 kilómetros con aquellos en los que empezó todo. 

Y, aunque sea inevitable sentir que siempre hay cosas que cambian (porque forma parte de nuestras vidas, de nuestro día a día y de la realidad que nos une), siempre te alegra pensar que existen momentos mágicos (la mayoría de ellos) en los que miras a alguien a los ojos sabiendo, entendiendo mejor dicho, que esa unión que se ha formado entre vosotros es prácticamente indisoluble. 

Siempre guardaré un buen recuerdo hacia Bélgica y Alemania. No ya por el paisaje en sí, sino porque el hecho de viajar (al menos en mi caso) no es tal si no te rodeas de personas maravillosas. Personas con las cuales, afortunadamente, estarías igual de feliz en cualquier lugar del mundo, sea cual fuere.

A esta cara de felicidad me refiero



Berliner Dom


Hasta la próxima amig@s :D . Prometo entradas acerca de cada ciudad que visité en este espectacular viaje.




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