lunes, 18 de mayo de 2015

Cuatro años después...

Hace cuatro años empecé un nuevo camino. Un camino de esos que no cuesta demasiado tomar, porque hace tiempo que tienes decido qué quieres hacer con tu vida, a qué dedicarte en el futuro. Un camino que inicias solo, o quizá acompañado por alguien que siempre estuvo ahí, en lo bueno y en lo malo.

Atraviesas las puertas de la facultad con la timidez y soledad que caracterizan esos primeros días. Los nervios, el querer caer bien y hacerte un hueco en esa nueva clase, en ese nuevo grupo harán que tus primeros pasos sean cortos, torpes e indecisos. Pero pronto comienzas a rodearte de personas que siguen tu mismo camino, que tienen tu misma ilusión. Provienen de sitios muy diferentes, han seguido caminos diferentes pero están contigo en esto, a tu lado. Sin quererlo, comienzan a hacerse importantes. Os ha unido un mismo sueño, y solo por ello sientes que son válidos para ocupar tus mismas horas, tus mismas clases. Comienzan a sucederse los días, las semanas, los meses y los años. Se suceden tan rápidamente que apenas tienes tiempo para detenerte a observar que todo lo que te rodea. Para observar todo lo que te regalan. Todo ello constituirá pequeños recuerdos que hoy en día me ayudan a recordar con una gran sonrisa estos cuatro años. 

Siempre hemos sido personas diferentes persiguiendo un mismo sueño, y eso hacía que nos sintiéramos como un grupo unido. Aprendíamos más de nosotros mismos que de los propios profesores. Comprendíamos que esta profesión nos llenaba cuando escuchábamos al resto hablar de sus prácticas con la misma ilusión con la que tú lo hacías. Nos alegrábamos de los éxitos de los demás porque perseguíamos el mismo fin, y nunca nunca nunca dejábamos de aprender. Aprender enseñando, ¡qué bonita combinación!. No dejas de aprender porque sientes que tus alumnos lo agradecerán, que tú te sentirás mejor. No dejas de enseñar porque sabes que es lo que te gusta, para lo que has nacido.

Es por ello que hoy, cuatro años después, echo la vista atrás con la mayor de las sonrisas. Y es que, no hay un solo momento en el que piense en este camino como una pérdida de tiempo. Lo que pienso, en cambio, es en todos y cada uno de mis maestrillos como personas con unas ganas inmensas de mejorar, de soñar con un futuro sencillo: en una clase, delante de una pizarra, aprendiendo y enseñando. 

Por todo ello, no quiero que esto parezca una despedida, pues nuestros caminos siguen. Afortunadamente, nuestras metas siguen siendo las mismas; llegar a esa clase y seguir aprendiendo y enseñando. Por eso sé que, sea donde sea y cuando sea, podré seguir encontrándome con todos y cada uno de ellos y que, efectivamente, pueda seguir ilusionándome el hecho de escuchar que han alcanzado ese sueño con el que un día entramos por esas puertas hace ya cuatro años. 

Atrás quedan demasiados momentos, demasiadas fiestas y viajes tan grandes que nunca podrán olvidarse. Atrás quedan salidas, laboratorios, cafetería, comidas en el río... incluso la graduación, como broche final a este gran periodo. No sé qué nos deparará el futuro, pues detrás de tanta palabrería queda el incierto futuro, pero sé que tenemos la potestad para elegir qué hacer a partir de ahora. Escribo esto con el firme convencimiento de que nos hemos acostumbrado tanto los unos a los otros que no dejaremos pasar la oportunidad de seguir regalándonos risas, fiestas y comidas. Son demasiado grandes para perderles. No quiero perderles.

Y, ¿sabéis una cosa? Que nuestra profesión no goce del reconocimiento que debería hace que me ilusione más el hecho de enfrentarme a mi siguiente etapa. He conocido durante estos cuatro años a 60 maestrillos dispuestos a revertir esta situación. A 60 maestrillos dispuestos a decirle al mundo que valemos demasiado como para entregar una parte de esto que sentimos a nuestros alumnos, de decirle al mundo que la ilusión que tenemos, las ganas y el amor que sentimos por lo que hacemos se pueden llevar al aula en forma de valores, trabajo y constancia. He conocido 60 personas a las que no les asustaba el hecho de escuchar aquello de pinta y colorea, porque en parte todos aquellos que se jactaban de eso también tenían razón.  
Porque sí, pintamos y coloreamos. Pintamos ilusión. Coloreamos sonrisas.

Entramos con una misma ilusión hace cuatro años. Un verdadero placer compartir este tiempo con vosotros maestrillos. Pero sabed que nunca dejaremos de caminar juntos, porque nuestra meta es común. 



Hasta la próxima amig@s :D


martes, 12 de mayo de 2015

El paraíso maya

Algunos lo llaman síndrome postvacacional, pero yo lo llamo oportunidad. Y es que, durante estos siete días (a todas luces cortísimos) he tenido la oportunidad de volver a conocer a aquellos que, durante estos cuatro años, me han acompañado durante la carrera. Gente muy diferente que atravesó las puertas de mi facultad persiguiendo mi mismo sueño, mi misma ilusión. Atrás quedan ya tantas risas, momentos, fiestas y tardes de río o de novatadas. 

Pero atrás queda ya también, desgraciadamente, esta gran semana en la que se han hecho bastante comunes tantos amigos/as, Juanitos, buggies, daikiris, mojitos, piñas coladas, barras libres, discotecas (la macarena Follow the leader y el limbo imprescindibles), botellones en piscina, playas con algas y chichis con la tía Panchita. Son esas las cosas que el resto no entenderá porque no lo han compartido, y hará que sea más especial si cabe pues sabes que lo que has vivido esta semana ha sido mágico, diferente y especial. En estas vacaciones no hemos sido 19, sino 70 y pico. No hemos cantado una canción, sino miles. No ha habido aburridos viajes en autobús sino verdaderas verbenas móviles. No hemos tenido tiempo para aburrirnos, pero sí para esperar absurdamente en el lobby porque algún iluminado nos citó una hora antes, haciendo que nos levantáramos corriendo de nuestras camas. Tampoco hemos propuesto horas de quedada, dejando a la improvisación y las llamadas telefónicas entre habitaciones el mayor protagonismo posible, llegando incluso a tener que nominar a la gente para que durmiera en las camas supletorias, el mayor suplicio conocido en aquel paraíso maya. 

Pero el mayor milagro de todos los que pudieran ocurrir en este lugar, durante estas vacaciones, es que tienes demasiados momentos en los que, entre risas, agradeces a tus amigos lo a gusto que te encuentras, lo mucho que les quieres, y lo feliz que estás por encontrarte allí, en la mejor compañía posible. Yo he aprendido que ni debería ni, lo más importante, quiero separarme de ellos. Los viajes de fin de curso parecen una especie de vacaciones de no retorno, en las que sabes que a la mayoría de esos que te han acompañado tanto tiempo van a dejar de acompañarte en tu camino. Pero también puedes pensar que realmente tienes la capacidad y las ganas para afrontar una nueva etapa de tu vida lejos de ellos, pero a la vez cerca. Porque yo precisamente sé de sobra que la distancia no hace ni mucho menos el olvido.

Así que hoy, a 10.000 km de distancia del paraíso maya, sigo recordando con añoranza cada uno de los paisajes de ese bello lugar. Sigo recordando con nostalgia los ríos lentos, la gomaeva, las saludadoras, a mopa man, a Cali (sin el Dandy), y a mi Brenda querida. Y si no se puede volver, también sé de sobra que sería igual de feliz en una casa en medio del campo. Solo me hace falta gente buena a mi alrededor, y en este viaje he vuelto a comprobar que, al menos, cuento con ellos si algún día necesito un poquito de alegría y sonrisas en mi vida.

Sois muy grandes maestrillos. Siempre nos quedará Riviera Maya :D






Hasta la próxima amig@s :D