domingo, 25 de septiembre de 2016

MOSTAR: el puente de la discordia

La humanidad es fascinante. Hemos sido capaces de vencer epidemias, de llegar a lo más recóndito del mundo, de pelear por tierras que poco importaban y de reencontrar el camino hacia la paz cuando todo parecía tomar un rumbo bastante oscuro. También hemos sido capaces de tocar las nubes con construcciones inverosímiles, con túneles que excavaban las montañas más altas y con puentes que unían orillas, que unían pueblos. Puentes como éste:

Stari Most (Puente Viejo de Mostar)

Y es que pensar en Mostar es hacer referencia, sin temor a equívocos, a su puente. Este puente ha significado siempre la unión, la relación entre dos orillas cada una de las cuales ha aglutinado un segmento diferente de población. ¿Y por qué?. Pues por algo tan banal como las formas de pensar o la diferencia cultural, como si ese hecho fuera suficientemente relevante y obviara una realidad, una naturaleza humana exactamente igual. Una ciudad, por si ya habéis leído mi anterior entrada dedicada a Sarajevo, ubicada en un país (Bosnia y Herzegovina) asolado por una guerra aún hoy difícil de entender que ha dejado un país dividido que mira con esperanza al futuro, cargado de ilusión y proyectos.

Este puente, amigas y amigos, fue destruido un fatídico día de Noviembre de 1993, separando una misma ciudad en dos, aislando una parte de otra, incluso a familias entre sí. Solo con el tiempo pudo ser reconstruido, volviendo a maravillar a autóctonos y foráneos y permitiendo ese nexo de unión que los puentes vienen a significar. Una vez más, el ser humano vuelve a ser capaz de lo mejor y de lo peor. Vuelve a poder reconstruir aquello que, fruto de una especie de estado de locura transitorio decide tirar olvidando por qué se creó previamente esa construcción. ¿Acaso alguien preguntó qué pasaría el día de mañana?, ¿acaso se cuestionaron por qué tirarlo?, ¿es necesario vivir enfrentados?. Son preguntas que pueden llegar a asaltarte mientras te deleitas con algún paisaje bucólico que este "viejo" puente ofrece sobre el cursar de las aguas del Neretva:


Creo que a la mayoría de personas que visitan esta ciudad les asaltan dichas cuestiones, preguntándose constantemente qué tiene este puente y la ciudad para ser tan mágicos. No sé si serán los hombres que por un par de marcos se tiran al agua, arriesgando su vida para el disfrute de otros. Tampoco sé si serán sus calles abarrotadas de puestos de artesanía, los atardeceres que se vislumbran entre las montañas amenizados por llamadas a la oración desde mezquitas o los pubs excavados en la roca de la ciudad. Solo sé que Mostar tiene magia. Una magia que embriaga desde que la pisas, haciéndote comprobar que ese puente, que en otros lugares no sería más que un nexo entre dos orillas, otorga una esencia vital a la ciudad, como pudiera ser la Torre Eiffel en París, el Coliseo en Roma o la Estatua de la Libertad en Nueva York, constituyendo una imagen de postal:


Y sí, efectivamente fue un error tirar el río, pero es que ninguna guerra es un buen recurso para acabar con los problemas. Quizá la magia que hoy en día embriaga este país sea haber sido el epicentro de una cruenta batalla de la que, no nos engañemos, nunca salen vencedores. Por ello, en Mostar miran al futuro, pero, también, recuerdan el pasado. Y que nunca se repita. Y que su puente ilumine esta mágica ciudad.


Hasta la próxima amig@s :D



Fotos propias

sábado, 24 de septiembre de 2016

Sarajevo: el renacer de una capital.

Viajar aporta amplitud de miras. Eso está claro. Te hace comprobar cómo se vive en otros lugares, cómo se siente, cómo se ama, cómo se come y hasta cómo se puede entender una cultura diferente. Viajar implica dejar de lado estereotipos y prejuicios y encaminarte a conocer y descubrir otros entornos con ojos de niño, los cuales aportan esa ilusión y vitalidad tan necesaria en nuestro día a día. Viajar también supone maravillarte con construcciones que rozan el cielo, con gentes variopintas, con miradas cautivas y mantener, incluso, conversaciones de esas que acaban por hacerte entender que quizá estabas equivocado en ciertos aspectos, en determinadas cuestiones.


No os voy a mentir, me considero muy afortunado por el simple hecho de haber podido viajar, pues considero que en muchas ocasiones es eso lo que nos hace falta para quitarnos la venda de nuestros propios prejuicios hacia otras formas de pensar y actuar. En este último camino, amigos, he podido contemplar la inmensidad de una ciudad que ha tenido que resurgir de sus cenizas (no con pocas cicatrices) y mirar al mundo diciendo que está ahí, que sigue intentando ser el faro que alumbraba un mundo de tolerancia y respeto el cual, nótese el tiempo pasado empleado, parece que hoy en día nos cuesta mantener a flote. Lo que más me maravilla de haber tenido la oportunidad de pasear por las calles de la capital de Bosnia y Herzegovina es haber podido comprobar cómo por encima de todas las posibles diferencias se intenta renacer diariamente, encaminándose hacia un futuro que hoy por hoy no parece demasiado halagüeño.

  Y yo me pregunto: ¿con qué derecho nos atrevemos a juzgar un país como aquel, una ciudad como Sarajevo, como insegura, extraña, conflictiva o intransigente?, ¿por qué nos dejamos llevar por esos clichés?. Creo que la respuesta es el miedo.

Miedo a lo diferente. Miedo a comprobar que se puede convivir de otra manera, a que se puede volver a ciertos valores que ya hemos perdido. Miedo a comprobar que, en un país desolado por la guerra, se vuelve a confiar diariamente en aquellos que hace no demasiado tiempo jugaron a disparar a sus contrarios (niños incluso) desde lo alto de los edificios. Miedo a comprobar que no somos capaces de ayudarnos mientras en esos lugares que catalogamos con tanta simpleza existe gente que se desvive por tí, aunque no te entienda, aunque no hable tu idioma, aún a riesgo de compartir lo poco que tiene contigo por el mero hecho de intentar dar una imagen distinta a la preconcebida.

Y nosotros, que nos creemos valedores de la paz mundial, del respeto, de la tolerancia y de la amnistía, únicamente miramos con displicencia todo aquello que catalogamos como diferente sin pararnos a preguntar siquiera si nuestro mundo sigue el rumbo correcto. He podido ver gente compartiendo su comida, gente que te ayuda con gestos, que se ofrece a acercarte en coche e incluso dormir en una cafetería. Y me he marchado de ese país rumbo a otros y no lo he vuelto a ver. He tenido conversaciones con gente de allí agradeciéndome haber visitado su país, como si hubiera hecho un acto de caridad y debiera ser gratificado por ello, y también he conocido personas que no han salido nunca de Bosnia porque no podían obtener un pasaporte. Gente de mi edad que ha tenido la suerte o la desgracia de haber nacido en un sitio diferente, como si dicho hecho sea suficientemente importante. 

Al final de todo intentas traer un poco de todo aquello que te ha regalado esa maravillosa ciudad, ese gran país. Pero es completamente distinto porque el marco ha cambiado, porque la gente no es así. Porque yo tampoco soy el mismo cuando voy fuera a cuando vuelvo a mi hogar. Sin embargo, y a pesar de todo, no puedo entender cómo una ciudad en la que no existen parques porque todos se convirtieron en cementerios para enterrar a los miles de ciudadanos fallecidos fruto de más de tres años de asedio, cómo una ciudad capital de un país aún hoy dividido en dos repúblicas, cambiando de gobierno cada pocos meses y con la población más dividida que nunca, es capaz de adaptarse a los cambios tan rápidamente, abriendo al mundo su mejor cara, aunque no sea yo quien vaya a decir que no exista, subyacente a todo esto, una realidad triste fruto de un pasado que ha sufrido los azotes de la guerra la cual nadie desearía.

Creo que Sarajevo (y toda Bosnia) suponen un viaje increíble (barato también, por qué no decirlo), de esos que aportan algo, que te hacen pensar y que te llevan a entender estos entresijos del mundo que tan cambiante es. Todo lo que tiene que ofrecer es mucho. Desgraciadamente, todo lo que tiene que perder es poco.





Hasta la próxima amig@s :D


martes, 6 de septiembre de 2016

No parece tan difícil como lo pintan

Creo que el principal problema al que nos enfrentamos en nuestro día a día es la rutina. Esta rutina siempre nos habla de unos ritmos prefijados, de una secuencia formada por estudios, trabajo, familia... por la que todos hemos de pasar si queremos incluirnos plenamente en la sociedad, si queremos ser algo y no salir del redil que de forma repetida nos ha dicho qué es lo que debemos hacer y cuándo. Sin darnos cuenta, dejamos de vivir por y para nosotros para depender de agentes externos que muchas veces obvian nuestros intereses o tratan de acercarnos a aquello que, incluso sin pensarlo detenidamente, creemos que es lo que hemos de hacer. La pregunta es: ¿Solemos plantearnos el futuro más allá de aspectos meramente económicos? o, lo que es más importante, ¿solemos disfrutar del presente o simplemente nos obcecamos con un futuro prometedor?. 

Creo que en la propia naturaleza humana reside el hecho mismo de intentar mejorar diariamente, de sobreponerse a las adversidades y de alcanzar la felicidad cueste lo que cueste. Pero lo que yo planteo aquí es si nuestro concepto de felicidad se basa en la concepción errónea de que los éxitos académicos o profesionales son lo más importante, dejando de lado aspectos tan variopintos y necesarios como las amistades, los sentimientos o el amor. Sin darnos cuenta, acabamos por aceptar que esas rutinas prefijadas socialmente son las que han de guiar nuestros designios, y llegamos a entender por éxito o fracaso aquello que nosotros somos capaces de alcanzar y otros no, o viceversa. 

Yo creo que el mejor camino pasa por entender que si te centras en lo que el resto alcanza y tú no dejarás de luchar por tu propio futuro, para pasar a depender de otro. Dejarás de entender que la vida es más sencilla de lo que nos venden, y la prueba está en que venimos al mundo sin nada, desprovistos de todo, para ir sumando capas en forma de frustraciones, complejos y animadversiones que poco tienen que ver con ser feliz. Creo que alguna vez todos hemos pensado en estos aspectos, los cuales después olvidamos  por considerarlos ciertos pero alejados del ajetreo del día a día o carentes quizá de sentido en un mundo que nos relega a mera comparsa, olvidando que realmente tenemos la potestad de hacer grandes cosas. Pero estas cosas también pueden hacerse despacito, sin ruido, con confianza y sin fijarnos en el resto. Porque al final cada cual tiene su propio futuro entre las manos. Porque al final tienes que ser el dueño de tu vida. Porque al final no es tan difícil como lo pintan... 



Hasta la próxima amig@s :D