martes, 12 de mayo de 2015

El paraíso maya

Algunos lo llaman síndrome postvacacional, pero yo lo llamo oportunidad. Y es que, durante estos siete días (a todas luces cortísimos) he tenido la oportunidad de volver a conocer a aquellos que, durante estos cuatro años, me han acompañado durante la carrera. Gente muy diferente que atravesó las puertas de mi facultad persiguiendo mi mismo sueño, mi misma ilusión. Atrás quedan ya tantas risas, momentos, fiestas y tardes de río o de novatadas. 

Pero atrás queda ya también, desgraciadamente, esta gran semana en la que se han hecho bastante comunes tantos amigos/as, Juanitos, buggies, daikiris, mojitos, piñas coladas, barras libres, discotecas (la macarena Follow the leader y el limbo imprescindibles), botellones en piscina, playas con algas y chichis con la tía Panchita. Son esas las cosas que el resto no entenderá porque no lo han compartido, y hará que sea más especial si cabe pues sabes que lo que has vivido esta semana ha sido mágico, diferente y especial. En estas vacaciones no hemos sido 19, sino 70 y pico. No hemos cantado una canción, sino miles. No ha habido aburridos viajes en autobús sino verdaderas verbenas móviles. No hemos tenido tiempo para aburrirnos, pero sí para esperar absurdamente en el lobby porque algún iluminado nos citó una hora antes, haciendo que nos levantáramos corriendo de nuestras camas. Tampoco hemos propuesto horas de quedada, dejando a la improvisación y las llamadas telefónicas entre habitaciones el mayor protagonismo posible, llegando incluso a tener que nominar a la gente para que durmiera en las camas supletorias, el mayor suplicio conocido en aquel paraíso maya. 

Pero el mayor milagro de todos los que pudieran ocurrir en este lugar, durante estas vacaciones, es que tienes demasiados momentos en los que, entre risas, agradeces a tus amigos lo a gusto que te encuentras, lo mucho que les quieres, y lo feliz que estás por encontrarte allí, en la mejor compañía posible. Yo he aprendido que ni debería ni, lo más importante, quiero separarme de ellos. Los viajes de fin de curso parecen una especie de vacaciones de no retorno, en las que sabes que a la mayoría de esos que te han acompañado tanto tiempo van a dejar de acompañarte en tu camino. Pero también puedes pensar que realmente tienes la capacidad y las ganas para afrontar una nueva etapa de tu vida lejos de ellos, pero a la vez cerca. Porque yo precisamente sé de sobra que la distancia no hace ni mucho menos el olvido.

Así que hoy, a 10.000 km de distancia del paraíso maya, sigo recordando con añoranza cada uno de los paisajes de ese bello lugar. Sigo recordando con nostalgia los ríos lentos, la gomaeva, las saludadoras, a mopa man, a Cali (sin el Dandy), y a mi Brenda querida. Y si no se puede volver, también sé de sobra que sería igual de feliz en una casa en medio del campo. Solo me hace falta gente buena a mi alrededor, y en este viaje he vuelto a comprobar que, al menos, cuento con ellos si algún día necesito un poquito de alegría y sonrisas en mi vida.

Sois muy grandes maestrillos. Siempre nos quedará Riviera Maya :D






Hasta la próxima amig@s :D


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