sábado, 24 de septiembre de 2016

Sarajevo: el renacer de una capital.

Viajar aporta amplitud de miras. Eso está claro. Te hace comprobar cómo se vive en otros lugares, cómo se siente, cómo se ama, cómo se come y hasta cómo se puede entender una cultura diferente. Viajar implica dejar de lado estereotipos y prejuicios y encaminarte a conocer y descubrir otros entornos con ojos de niño, los cuales aportan esa ilusión y vitalidad tan necesaria en nuestro día a día. Viajar también supone maravillarte con construcciones que rozan el cielo, con gentes variopintas, con miradas cautivas y mantener, incluso, conversaciones de esas que acaban por hacerte entender que quizá estabas equivocado en ciertos aspectos, en determinadas cuestiones.


No os voy a mentir, me considero muy afortunado por el simple hecho de haber podido viajar, pues considero que en muchas ocasiones es eso lo que nos hace falta para quitarnos la venda de nuestros propios prejuicios hacia otras formas de pensar y actuar. En este último camino, amigos, he podido contemplar la inmensidad de una ciudad que ha tenido que resurgir de sus cenizas (no con pocas cicatrices) y mirar al mundo diciendo que está ahí, que sigue intentando ser el faro que alumbraba un mundo de tolerancia y respeto el cual, nótese el tiempo pasado empleado, parece que hoy en día nos cuesta mantener a flote. Lo que más me maravilla de haber tenido la oportunidad de pasear por las calles de la capital de Bosnia y Herzegovina es haber podido comprobar cómo por encima de todas las posibles diferencias se intenta renacer diariamente, encaminándose hacia un futuro que hoy por hoy no parece demasiado halagüeño.

  Y yo me pregunto: ¿con qué derecho nos atrevemos a juzgar un país como aquel, una ciudad como Sarajevo, como insegura, extraña, conflictiva o intransigente?, ¿por qué nos dejamos llevar por esos clichés?. Creo que la respuesta es el miedo.

Miedo a lo diferente. Miedo a comprobar que se puede convivir de otra manera, a que se puede volver a ciertos valores que ya hemos perdido. Miedo a comprobar que, en un país desolado por la guerra, se vuelve a confiar diariamente en aquellos que hace no demasiado tiempo jugaron a disparar a sus contrarios (niños incluso) desde lo alto de los edificios. Miedo a comprobar que no somos capaces de ayudarnos mientras en esos lugares que catalogamos con tanta simpleza existe gente que se desvive por tí, aunque no te entienda, aunque no hable tu idioma, aún a riesgo de compartir lo poco que tiene contigo por el mero hecho de intentar dar una imagen distinta a la preconcebida.

Y nosotros, que nos creemos valedores de la paz mundial, del respeto, de la tolerancia y de la amnistía, únicamente miramos con displicencia todo aquello que catalogamos como diferente sin pararnos a preguntar siquiera si nuestro mundo sigue el rumbo correcto. He podido ver gente compartiendo su comida, gente que te ayuda con gestos, que se ofrece a acercarte en coche e incluso dormir en una cafetería. Y me he marchado de ese país rumbo a otros y no lo he vuelto a ver. He tenido conversaciones con gente de allí agradeciéndome haber visitado su país, como si hubiera hecho un acto de caridad y debiera ser gratificado por ello, y también he conocido personas que no han salido nunca de Bosnia porque no podían obtener un pasaporte. Gente de mi edad que ha tenido la suerte o la desgracia de haber nacido en un sitio diferente, como si dicho hecho sea suficientemente importante. 

Al final de todo intentas traer un poco de todo aquello que te ha regalado esa maravillosa ciudad, ese gran país. Pero es completamente distinto porque el marco ha cambiado, porque la gente no es así. Porque yo tampoco soy el mismo cuando voy fuera a cuando vuelvo a mi hogar. Sin embargo, y a pesar de todo, no puedo entender cómo una ciudad en la que no existen parques porque todos se convirtieron en cementerios para enterrar a los miles de ciudadanos fallecidos fruto de más de tres años de asedio, cómo una ciudad capital de un país aún hoy dividido en dos repúblicas, cambiando de gobierno cada pocos meses y con la población más dividida que nunca, es capaz de adaptarse a los cambios tan rápidamente, abriendo al mundo su mejor cara, aunque no sea yo quien vaya a decir que no exista, subyacente a todo esto, una realidad triste fruto de un pasado que ha sufrido los azotes de la guerra la cual nadie desearía.

Creo que Sarajevo (y toda Bosnia) suponen un viaje increíble (barato también, por qué no decirlo), de esos que aportan algo, que te hacen pensar y que te llevan a entender estos entresijos del mundo que tan cambiante es. Todo lo que tiene que ofrecer es mucho. Desgraciadamente, todo lo que tiene que perder es poco.





Hasta la próxima amig@s :D


No hay comentarios:

Publicar un comentario